LA HISTORIA DE LOS DOS ABUELOS

QUE PASARON EL CONFINAMIENTO ESCRIBIENDO A SUS NIETOS

Catalina y Vicente no llegaron a desconfinarse nunca. Ella salía un día sólo a la semana, a la peluquería y a hacer algunas compras. Él, al menos, iba a diario a por el pan y a por la verdura. Lo mínimo. El resto del avituallamiento venía con sus hijos, cada quince días. Habían aprendido a vivir de rutinas. Bici estática, lectura, televisión, cocina y descanso. En los últimos tiempos, también cartas. A los ochenta y tantos habían perdido el tren de la informática, pero aún conservaban el gusto por la correspondencia. Desde que recibieron la primera carta de vuelta de un nieto, salir al buzón se convirtió en una rutina más.

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